
Útero machine
No es suficiente
El cuidado no es importante
¡Sacrificio! ¡Sacrificio!
Más más más
No importa
Siempre hay más vidas y vienen otros
Algunas vidas son más importantes
Reproducción
Maternidad
Producción de vidas
Mercancía de vidas
¡Vienen más!
Un hijo para el campo
Un hijo para la fabrica
Un hijo en la mina
Un hijo de empresario
Una hija a la siembra
Una hija de maestra
Una hija en la cocina
¡Una hija en la guerrilla!
Vi
Vi vi vi
¡Vida!
Cuento
EL DESPOJO DE SÍ
Nací en tierra estéril, años atrás algo, alguien contamino este suelo. Teníamos la memoria de sembrar y la esperanza de que con el tiempo sanaría este lugar, de que aquellas semillas que una vez fueron sembradas verían el sol de nuevo. Pero cada día nos susurraba al oído la sequedad, el color marrón sin brillo nos decía que la vida ya no germinaría ahí. Tuvimos que migrar.
Aquella tierra a la que llegamos era dura, las huellas al caminar no se quedaban impresas era imposible andar descalza, mucho menos pensar el hacer huecos para las semillas, ni surcos. El suelo era caliente y siempre todo el tiempo había un murmullo. Los caminos ya estaban hechos, marcaban una dirección: adelante, adelante, adelante.
Crecer implicó vender mi vida, dejar tiempo de mi vida a una función repetitiva, comprar todo, desechar mucho y todo eso en un tiempo muy veloz, con prisa siempre.
Jamás probé de nuevo un alimento del que haya visto su brote, sus ondulaciones al crecer o saber el punto preciso de su corte, no sujetaba una tierra ni disponía de tiempo para cuidarla.
Algo sucedió en mis raíces, como si no pudiera sostenerme de este lugar.
Cuando era más pequeña, vivía emociones muy intensas, sentía que eran más grandes que mi propio cuerpo, que el sólo hecho de experimentarlas me harían esparcirme en el espacio en muchos cachitos, flotando, como cuando sacudes una cobija por donde se cuelan los rayos del sol y las partículas suspendidas danzan caóticamente.
Para evitar deshacerme, aprendí a apretar mi cuerpo. Ejercité cada músculo para que no dejara salir el grito, las lágrimas, pero tampoco las risas ni el amor. Creía que era una forma, una buena forma para no dejar salir aquello que pensaba muy mío.
¿Qué pasaría si lo suelto todo?
Si dejo que por ahí salga el miedo, o que me encuentre los latidos de mi corazón en la taza de té, o que de vez en cuando pise algún recuerdo de desesperanza.
¡No no no!
Mejor entreno a mi garganta y a mis labios para no dejar salir la rabia y que mis manos se adormezcan para no golpear ni romper objetos. Que mis ojos se vacíen.
Aprete tantos mis manos, hasta que estas llegaron a convertirse en botones de flor antes de nacer. Aprete tanto la garganta que desapareció la voz. De mi boca, uno a uno los dientes se fueron rompiendo quedando rastros como árboles talados.
Fueron años de estos ejercicios. Logré quedar ciega, se adentraron tanto mis ojos que ahora hay pozos en mi rostro y la piel comenzó a erosionarse. Se cerró la cadera y no sentí nunca más placer. Mi pecho se hundió, se hundió haciendo que mis hombros se acercaran al frente y mi espalda tomó una forma curva. Mis cabellos cayeron como hojas secas y se secaron mis ríos.
Todo ese tiempo sufrí de dolores de espalda, estomago, manos, pies y cabeza. Como mi corazón se hizo pequeño latía menos, mis movimientos por ese motivo comenzaron a ser más lentos.
Hasta que un día deje de sentir.
Al principio me confundió ese hecho, era como una materialidad ausente, como ser un recipiente sin nada dentro, un cause sin agua. Presentaba la calma de la casi inexistencia.
Nunca me sentí parte de aquí, pero tampoco de aquel que vio mi origen, simplemente no pertenecía, ni siquiera el cuerpo que habitaba era mío.
Xochitl Mitzi Hernández Álvarez (México). Escritora y poeta. Egresada de Sociología. Formada en clases de sensibilidad corporal, psicología del arte, teatro, danza contemporánea, con carrera técnica de masoterapeuta y diplomada en danza terapia. De mis quehaceres profesionales por un momento librera otras veces educadora, anfitriona, servidora pública, alfabetizadora, masajista, bailarina.

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