Stella Díaz Varín (La Serena, 1926 – Santiago de Chile, 2006)
Esta mujer se destacó por su trayectoria poética de vanguardia. Fue colaboradora en algunos diarios chilenos como El Siglo, Extra, La Opinión y La Hora. Participó en diversos círculos literarios, en especial en el grupo que se reunía en El Bosco, con algunos personajes como Alejandro Jodorowsky, Enrique Lihn, Ricardo Latcham, Mariano Latorre, Luis Oyarzún, Jorge Teillier, José Donoso.
Stella Díaz Varín fue conocida en Chile como “La Colorina” por su roja cabellera, adjetivo que deja intuir su temperamento fuerte y atrevido, la recordamos, especialmente, por su crítica al colonialismo en todas sus manifestaciones. Hasta al final de su vida defendía la idea de una poesía y un poeta sin mitos, consideraba que había que comprender al poeta como un ser de necesidades, un ser de la tierra, que padece hambre y que también sueña.
Su obra rica en matices y contrastes nos invita a considerar la ruptura como una propuesta de innovación expresiva y a construir un concepto de género en la literatura, de modo que podamos ampliar nuestra perspectiva. Su idea de la mujer o de lo femenino pasa por la búsqueda de una voz propia y que no corresponde al canon de la cultura patriarcal, por ello la vida de Stella se inclinó hacia la toma de conciencia desde la escritura dejando huellas e imágenes alternativas a los modelos imperantes no solo en la literatura sino también en la sociedad.
Libros publicados
- Razón de mi ser (1949).
- Sinfonía del hombre fósil (1953).
- Tiempo, medida imaginaria (1959).
- Los dones previsibles (1986).
Mujer creadora
Mujer creadora y rebelde surrealista, disidente metafórica y activista de la noche entre los árboles secos y sus nidos ardientes. Sus imágenes poéticas vinculan la energía y el movimiento, a pesar de que resultan casi desconocidas debido al silenciamiento que tuvo su obra. Sin embargo, sus palabras perduran muy por encima de los cánones de la mala voluntad. Su poesía traza la ruta neorromántica y atrevida del surrealismo americano.
Su obra es una crítica de los valores establecidos por el proyecto de Occidente, cuestiona los principios de la luz y la violencia permitida por las costumbres. Al cuestionar la autoridad de las narrativas tiránicas vuelve al fuego de la naturaleza, a la belleza del misterio. Sus poemas son fuentes oscuras del veneno que salva.
Stella Díaz ahonda la palabra en el terrible seno de la nube y el relámpago ilumina el paisaje de la página, las imágenes recuerdan su condición de tormenta, su carácter de remota raíz y sed de otra cosa que existe como música ciega.
Y la noche es protagonista de su ángel vertebral, profanadora de la muerte con su cabellera indecisa y melancólica tonada. Su obra construye una voz particularmente intensa, un espacio interior para defender la libertad de ser y expresar la voluntad.
Poemas
Los dones previsibles
Eran los dones previsibles. El espacio habitable En una tierra Donde a poco de hurgar Nos entrega la cosecha En las manos germinadas de arándanos Estos, los dones previsibles... Entonces el asombro moribundo pez Abstracto en la dimensión de una sonrisa Súbito en lo profundo del dolor Desecha una escalera de agua.
Breve Historia de mi vida
Comando soldados. Y les he dicho acerca del peligro de esconder las armas bajo las ojeras. Ellos no están de acuerdo. Y como están todo el tiempo discutiendo siempre traen perdida la batalla. Uno ya no puede valerse de nadie. Yo no puedo estar en todo; para eso pago cada gota de sangre que se derrama en el infierno. En el invierno, debo dedicarme a oxidar uno que otro sepulcro. Y en primavera, construyo diques destinados a los naufragios. Así es, en fin... Las cuatro estaciones del año no me contemplan, sino trabajando. Enhebro agujas para que las viudas jóvenes cierren los ojos de sus maridos, Y desperdicio minutos, atisbando a la entrada de una flor de espliego a una simple abeja, para separarla en dos, y verla desplazarse: La cabeza hacia el sur y el abdomen hacia la cordillera. Así es como el día de Pascua de Resurrección me encuentra fatigada, y sin la sonrisa habitual que nos hace tan humanos al decir de la gente.
La Casa
Dejaban mi cabellera colgada desde el tronco de la puerta como trofeo Sin precedente en la historia de los indios manantiales, y una cuenca abierta, para la mirada de los ojos indiscretos colocada a la acera del abismo... Y esta era mi morada. Una víbora, encerrada en la jaula, destinada a cualquier pájaro, y una piedra, caída temporalmente desde la cima, una piedra nómade en busca de aventuras servía de puerta, de mesa de comedor... ¡Qué! queréis que se haga con estos materiales. Nada. Sino escribir poesía melancólica. Acaso, cuando la noche se despierte debajo de los murciélagos, no haya otra cosa sino una sensación, y estas vertientes que a uno le aparecen desde el fondo de los ojos. No haya sino un alud de hijos de piedra, de hijas de agua de hijos de árboles. Entonces escribiré mi biografía al uso de los poetas indecisos. Miraré a través de una llama de cobalto y distinguiré objetos olvidados: Como cuando dormía adosada a la pared y todo parecía bello sin serlo. Tomaré una de mis pequeñas flautas colgantes y entonaré la canción del amor.
La Palabra
Una sola será mi lucha Y mi triunfo; Encontrar la palabra escondida aquella vez de nuestro pacto secreto a pocos días de terminar la infancia. Debes recordar donde la guardaste Debiste pronunciarla siquiera una vez… Ya la habría encontrado Pero tienes razón ese era el pacto. Mira como está mi casa, desarmada. Hoja por hoja mi casa, de pies a cabeza. Y mi huerto, forado permanente Y mis libros como mi huerto, Hojeado hasta el deshilache Sin dar con la palabra. Se termina la búsqueda y el tiempo. Vencida y condenada Por no hallar la palabra que escondiste.
Profecía
Las grandes ausencias amenazan Cuando los sirlos Esos bellos pájaros Emigran Y la lejanía hiere sus alas El hombre no lo sabe Porque duerme Oculto por causa de la luz Para no prever la muerte. Entrega el dominio de sus sueños Y emancipa el caos Y pierde el poder sobre su propio rio que lo recorre en longitud. Los abismos se acercan Y las múltiples aguas Devienen creaturas de espanto. Uncido al gran anillo Olvidará su trayectoria astral su fecundidad perecedera. Ocurrió Y no estuvo más allá De las cosas presentes Ni creó una analogía superior a la distancia entre dos astros Ni escuchó el soberano mandamiento De crear al hombre verdadero. Que cerró las pupilas ante la luz Olvidado en el tiempo Aún persistía en creer que fue un símil de su conciencia.
Albedrío
Yo soy la vigilia, Ustedes Son los hombres castigados, Los labradores De gestos oblicuos Que al engendrar falsos surcos La semilla huyó despavorida. Ahora respóndanme Con una mano enguantada A flor de corazón. Cuál es la fecha exacta Entre Aldebarán y Andrómeda. El día en que los cuervos Cosechen lo suyo Entre la más grande estampida De todos los tiempos. Amen.
Cuando la recién desposada
Cuando la recién desposada desprovista de sinsabor es sometida a la sombra. Sí. A su sombra... Enciende la bujía y lee. ¡Ah! Entonces no es nada la venida del apocalipsis, los hijos anteriores enterrados y un hilo de sangre desprendido del techo. No es nada ya el océano y su barco ni la muerte que intuye la libélula ni la desesperanza del leproso. Cuando la recién desposada: Ya no estaré tan sola desde hoy día. He abierto una ventana a la calle. Miraré el cortejo de los vivos asomados a la muerte desde su infancia. Y escogeré el momento oportuno para enterrarla.
Del espacio hacia acá, como dos tiempos
Del espacio hacia acá, como dos tiempos La noche, dislocada como ala de cetáceo herido. Amortajada siempre que la pupila niegue su orfandad. Mar ampuloso y de grotesco seno; cuando la claridad se haga en mí no necesitaré de vuestra amada boca, no necesitaré del meloso soliloquio de tu vértigo. Me tienes, como un pez a su escama miserablemente uncida a ti, llevándote como niño caníbal al pecho de su madre. Y no he de desperdiciar hora, para maldecir tus pariciones de planetas fosforescentes que vomitas a mi lado sin ninguna delicadeza… Olvidada como árbol de desierto, donde trasplanta el viajero su éxtasis sin experiencia, feliz de abandonar el barco, deseando encontrar en la tierra la veta misteriosa de la felicidad. ¡Navegante audaz, disociador del mar y de la tierra, veneno oscuro será tu camino hacia el infinito! Quién, sino el olvido, quién sino la medida de una juventud soslayada viene en mi ayuda ahora. Ahora que he aprendido a pronunciar palabras contra Dios y sus signos y me arrodillo de hipocresía ante los conocidos. Cuando en ángulo recto junto a una puerta espero la palabra de bienvenida. Y sólo escucho dentro, ruidos de vasos llenos de un vino generoso que jamás probaré… Hay continentes simples, de un solo país con ciudades elementales y casas de un piso donde podría abandonarme, y a tientas buscar el ocio y sus virtudes. Pero el recuerdo tan sólo de tan buscado paraje, me pinta en la cara un gesto de asco. – Como si penetrara a la habitación del amor y me encontrara con tres cadáveres ante una cena inconclusa de ostras descompuestas-.
Datos para un dibujo
Enfrente, -Hay que considerar mi punto de vista- A un costado Como quien Mira hacia el mar... Este es un mapa Construido al desgaire. Enfrente, -como les decía- Hay un mausoleo de nichos hormigueantes. En las paredes Solas de mi casa -Uno le llama casa A quien lo contiene- En esta mi casa, Desde sus paredes iracundas Me miran a los ojos Los parientes cercanos. El tigre desde su marco Habla a mi pensamiento Y saca las uñas. Otro retrato de familia Es un ombú. De tarde en tarde Suelo asomarme a la ventana Para disipar el estío interior En el reverbero conocido Quiero explicarme... Ocurre que siempre me gustó jugar a los jardines Alguna vez... Alguna planta habrá-coincidimos Que armonice con nuestro deseo No advertimos Que era solo un deseo Para homenajear a la primavera: Un arbusto de hibiscus, Una trinchera de maitenes temblorosos 0 verdes agujas cimeras Entrelazando nidos Y un prado De golondrinas transparentes. Los postulados No siempre se cumplen. Me resigno. Sin conceder piedad a los recuerdos Me asomo a esta pequeña ventana Y entono con los niños Un canto de aquilegias A un costado de la tarde Hay un mausoleo De nichos hormigueantes A la vista y paciencia De los vecinos indiferentes.