Solanyi Sánchez

Muchos días llevo, muchos días van

De desvelo

De sosiego

De desequilibrio

De equilibrio

De…

Saben, no sé de qué.

No sé si ahora que puedo escribir y hablar, todo sea para generar conflicto.

Simplemente ya no me callo lo que no me gusta, tengo ese derecho de saborear lo que mis papilas apetecen o escupir lo que mis papilas aborrecen.

Ya no pretendo poseer historias falsas para vivir una vida falsa.

Soy impulsiva y afortunadamente descarrilada… Supongo que así nos denominan por mantener descalza la lengua, los pensamientos y el cuerpo.

Está mañana al salir de casa pensé en qué debo llevar conmigo y concluí que solo necesito un esfero para escribir y un labial, amo los labios color rojo o color vino y amo la escritura del mismo color.

¡Qué llueva!

En la vida siempre voy contra reloj, apresurada al momento o al sentimiento; me siento en la sala al lado de mi ventana, veo pasar personas afanadas ¿Será que van tarde al trabajo? ¿irán a recoger a sus hijos? ¿estarán enfermos? ¿se les olvidó algo?… Bueno, en fin. Así voy o iba yo hasta que tomé pausa, bajé la velocidad de mi respiración. Me senté a observar, a preguntar y a no responder, solo paré a preguntar: ¿para qué o por qué corro tanto? ¿hacia dónde me dirijo o por qué me dirijo?

Se vienen a mi cabeza los libros de Benjamín Cuervo con sus graznidos, con su escritura que denuncia:

 “Quimbaya (…)

Tierra infértil por pastizales

de lo que fueran cafetales;

Tierra infértil por cafetales

de lo que fueran bosques nativos (…)”

Definitivamente para escribir hay que destilar el alma, deslumbrar la mirada, viajar sin límite, escuchar voces asfixiantes, sentir el alma, llorar por gatos y perros golpeados y abandonados, jóvenes masacrados, ver, escuchar cómo mueren en un hospital; sentir el grito desgarrador que despide el amor de madre, hijo, esposa, en un cementerio o en impunes lugares. Desilusionarte de tu vecino incomprensible, despiadado ante las injusticias sociales. ¡Qué llueva, qué llueva! Tal vez así los verdugos no salgan, le temen al agua, no conciben borrar las manchas de su piel, no conciben borrar el rostro de susto de los que ya no están en el mundo terrenal.

¡Qué llueva, qué llueva, solo así hay libertad!

La perla

Y se acerca la noche larga, silenciosa y serena, las calles oscuras, las pieles sensibles y los cuerpos aun cubiertos son destrozados, manoseados; las almas apuñaladas segundo tras segundo, un cuerpo sin vida, un alma sin salvación ahora es culpable por un grito de auxilio que pidió aquella noche.  En esas calles se escuchan voces de esos cuerpos mutilados, violados, asesinados.

Una casa “segura o insegura”, alguna vez pensé en resguardarme, pero allí habitaba un monstruo que absorbía mi piel, mi mente y mis sentidos, y me obligaba a maquillarme moretones que desgastaban mi pupila y me arrastraban a la muerte. Y sí, me avergoncé de ser mujer, cubrí mi pecho con camisetas anchas, aparentando ser hombre para no correr el riesgo de ser maltratada, abusada y culpada. Jugaba al ping-pong, saltaba cuerda, jugaba a las muñecas y sonreía. Me culparon por ser soñadora, por nacer con pechos y vagina. Me condenan a la muerte, me condenan si pienso, si hablo, si camino, si sonrío, si leo, si aprendo o si simplemente callo.  

Le hago silencio al dolor, al miedo, le guardo luto a mi piel y vergüenza a mi cabello, color, olor, estatura y conocimiento; soy burlada —incluso— por mis familiares, agredida por quienes rodean mi camino, escojo la soledad porque no confío, porque temo ser “una más” en la prensa.  

¿Quién me cuida? Solo aquellas que han sufrido torturas desde el nacimiento. Y pasan y pasan los siglos esclavizando la belleza, callando voces.  Mataron a mi hermana, a mi madre, a mi amiga y el silencio crece.  Los ríos son testigos de nuestras muertes y un olor a podrido se extiende por fronteras.

Somos la voz de las que ya no están.

Toca fondo, impúlsate al cielo y tejamos juntas una comunidad para cuidarnos.

Solanyi Sánchez (Quimbaya-Colombia, 1992). Artivista feminista, sus textos literarios tienen un enfoque de denuncias al patriarcado y a algunas formas de la política actual. Se declara aficionada a la poesía, también disfruta la lectura de crónicas políticas y las historias de hadas y brujas. El lenguaje poético es para ella una forma de habitar y resistir la vida.

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