Santiago Garcés Moncada

Si retrocedemos un poco en la historia del mundo podremos darnos cuenta de cómo la poesía nació unida a la música. Canciones y versos en rima se usaron primeramente para que se recordaran los comportamientos de la sociedad y para entretener a las masas hasta llegar a ser espectáculo para la realeza. La música y la literatura han estado ligadas desde la época de los trovadores y los juglares, estos ligaban la poesía con lo musical y así dieron paso a lo que llamamos poetas, llegando a expandir esta unión hasta los tiempos modernos, al punto de que se le otorgara el Nobel de literatura al cantante conocido como Bob Dylan en el año 2016.

La composición musical no dista mucho de la estructura poética o narrativa, para ambos mundos se usa la palabra para contar una historia o transmitir algún mensaje, pero en muchos de los casos conviven en un híbrido que potencia ambos aspectos, un ejemplo de esto es el uruguayo Jorge Drexler, quien en una charla TED nos cuenta de la belleza de la Décima, estructura poética creada por Vicente Espinel hace más de cuatrocientos años, diseño complejo que ha usado para escribir canciones como “Milonga a un moro judío” en las que exalta el encanto de esta forma de hacer poesía.

Pero aunque ambos usen la palabra para contar una historia, la música tiene por lo menos una ventaja como elemento narrativo, y es que a través de su forma es capaz de apelar a más de un sentido de quien la aprecia, el oído, la vista y el tacto son los principales receptores de la historia contada por la música, la armonía de los sonidos deleita al oyente y lo estimula, la letra o el estímulo audiovisual del artista al tocar su instrumento agudiza la mirada y centra la atención, y el poder de las ondas de sonido que chocan contra la piel mueve nuestras fibras, como cuando un tono alto en la nota aguda de un soprano nos eriza los poros de una manera placentera, todos estos son solo algunos ejemplos de las múltiples formas en las que percibimos el mensaje a través de la música.

El cine, la ópera, el teatro y muchas otras formas de las artes escénicas se aprovechan de esta variedad de formas para llevar a los espectadores a sentir de manera más intensa lo que la imagen sola no puede transmitir, apoyándose así en la literatura para hacer los guiones y en la música para ambientar y darle emoción a las escenas.

En la literatura se usan imágenes metafóricas y descripciones del entorno para crear atmósferas cargadas de emocionalidad, pero la música es capaz de crear estas atmósferas sin usar una sola palabra, nos las narra desde la psicología del sonido; las variaciones entre ritmo y armonía, y la mezcla entre acordes mayores y menores son capaces de hacernos sentir el suspenso, la melancolía o la alegría de una manera magistral e íntima, convirtiendo esta característica de la música en un fuerte narrativo del que carece la palabra escrita, por otro lado es común entre escritores decir que la obra poética o narrativa es bella porque tiene “musicalidad”, la cual corresponde al ritmo, el tiempo de lectura y la armonía fonética que tienen los versos desde su escritura, apelando a ese sentido musical que es casi innato en el ser humano.

En las canciones se trata de contar una historia desde una estructura llena de partes que varían  de las usadas en los géneros literarios, estrofas pegajosas o profundas, estribillos y coros declaran una manera diferente de pensar la composición de una canción con la de hacer un poema o un cuento, no cualquier escritor es capaz de componer una canción para ser interpretada, y no cualquier cantante puede hacer de un poema una canción, aunque existen casos como el del cantante Paco Ibáñez, en los que la música se nutre enteramente de la escritura, y a su vez la literatura se potencia por ese factor emocional que aporta la melodía.

De esta forma podemos apreciar la literatura que habita la música, desde los universos individuales que surgen de cada canción y que nos llevan a imaginar lo escuchado o a identificarnos con lo dicho, descubriendo parte de nosotros en la universalidad y diversidad de la música y sus mensajes, apoyándose en metáforas, y en atmósferas potenciadas por el ritmo y la melodía, apelando a los sentidos y a la historia, siendo hijas de la palabra y de ese factor sublime que en la belleza de sus formas son capaces de mostrarnos claramente todo lo humano y lo divino.

Santiago Garcés Moncada (Itagüí – Colombia, 1999). Ganó el 2º puesto en el concurso de poesía “Historias para volar la imaginación” (2016), fue ganador del 1º puesto en el primer y el tercer premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí (2018 y 2020), es co-autor del libro “Deshielos de tinta” (2019), su cuento fue publicado en los mejores cien cuentos del concurso “Medellín en 100 palabras” (2019), ha publicado en revistas de México, Costa Rica, Bolivia y Colombia.

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