
EL SILENCIO
En aquella tarde sonaron las alarmas. Las sirenas se dispararon violentamente anunciando el peligro inminente. Estaba claro, nadie esperaba que sucediera eso ese día. Sin embargo, sucedió…
Primero fue un simple rumor, luego se extendió como una noticia, pero lo peor vino al final. Todo se oscureció amenazante, diría que era terrorífico.
Ahí fue cuando las sirenas hicieron su trabajo. …y la masa humana se lanzó desquiciada, una avalancha de personas que seguían a otros que no sabían a dónde iban. Tomaron las calles y éstas se inundaron con la incógnita salvaje de no saber cómo salvar la vida.
Luego llegaron los temblores que inquietantes sitiaron a parte de la ciudad que quedó a oscuras, endeble y casi vacía. Entonces las almas comenzaron a emigrar, fastidiadas de aquellos cuerpos vencidos, que dejaban atrás.
En aquel momento se produjo un silencio arrollador, total y absoluto. Se adueñó de todo, de los espacios vacíos y de las endebles conjeturas muertas.
No sé cuánto tiempo pasó, pero fue mucho. Aquella primigenia y terrorífica escena se transformó en un curioso jardín. Aparecían árboles en medio de la avenida que se habían hecho paso a fuerza de sobrevivir según los ciclos de la naturaleza; plantas desconocidas que tomaban por asalto las cosas que habían quedado muertas y abandonadas a su suerte.
Y la vida se hizo presente en una mañana luminosa de primavera. Cuando todos los acontecimientos estaban distraídos de su consecuente protesta, irrumpió en el ambiente un ser distinto. Era un ser humano que caminaba con paso lento por la avenida principal de la ciudad, adivinando las pisadas dejadas por otros humanos que ya no estaban. Deambuló paciente en su traje, que lo preservaba del ambiente presumiblemente hostil, y subió la empinada calle que lo llevaba a la cumbre, así vio por primera vez el sol que se reflejaba en el agua.
Se quitó el casco y el aire acarició su ralo cabello, sintió una emoción que le oprimió el pecho, sin comprender por qué habían llegado hasta la destrucción sus antepasados.
El silencio generó vida y el desconocido se percató de ello, porque en derredor la vio moverse, serena y lenta. Era como si el tiempo -que no existe- no hubiera pasado.
Entonces, la emoción que sintió al principio, se transformó en esperanza, y la ciudad fue la imagen del planeta devastado que apoya sus brazos para tomar impulso y levantarse.
Esperanza…, esa fue la palabra mágica que dio principio a la nueva colonización, de un planeta perdido en los suburbios de una galaxia -como tantas-, del Universo.

Ruben Pérez Hernández (1960, Montevideo-Uruguay). Licenciado en Historia, escritor y poeta. Ha publicado en varias revistas de Argentina, México y España. Ha participado de una Antología poética organizada por la Editorial Oxymoron en la República Argentina. Actualmente trabaja en la Biblioteca del Poder Legislativo.
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