poesiaenelcaminoouroboros20222

Poesía en el camino

Aprendemos el agua de la sed

y de la travesía de los mares la tierra,

el arrebato de la angustia

y la paz del recuento de batallas,

el amor de su hueco memorioso,

de la nieve los pájaros.

(Emily Dickinson)

La poesía es un camino, no es una narrativa más o un discurso al lado de otros discursos. La poesía como espacio es un recorrido que se hace en diversos planos. Exige de cada uno de nosotros ciertos sacrificios, contar con el tiempo y la disposición para entregarse al acto de pasear y observar. Hacer poesía en el camino, hacer del camino poesía es una acción de compromiso.

El caminante poético se levanta temprano y dispone sus lecturas y sus materiales para escribir. Selecciona lo más necesario para el camino, pues sabe que en la dura travesía no puede cargar con su mundo ordinario. Antes de dar el primer paso, el caminante poético se libera de lo innecesario, eso significa no solo dejar atrás los objetos artificiosos, sino también actitudes y emociones que le distraerán. Salir de lo ordinario, del orden establecido de nuestros días y noches, es un primer acto de autoiniciación. Lo extraordinario se muestra después de que son abandonadas nuestras paredes mentales, dejando abiertas las ventanas nos aventuramos a correr los velos.

Al inicio de este camino, vamos livianos o seguramente nos liberamos durante el trayecto. Liberarnos de nuestros pensamientos, conceptos, emociones y expectativas es tan importante como saber si es necesario llevar comida o hidratación a un viaje. Esta vida es un verdadero viaje en el que cargamos con equipajes heredados y otros autoimpuestos. Muchos, al iniciar el camino, se lamentan y añoran lo que dejan atrás, las comodidades o las personas que no pueden estar o que desean acompañarnos. Y es que vivir significa elegir entre muchos senderos, el camino de la poesía es uno más, no es el mejor ni el peor, pero tiene ciertas ventajas, visiones únicas del horizonte, experiencias espirituales y encuentros mágicos.

Un arte de la compañía

El camino poético es una experiencia personal y única, pero eso no significa que tal experiencia implique la soledad. La poesía es un arte de la compañía, es amistad en palabras, es alianza en acción. A veces, al iniciar el camino de la poesía, tenemos que enfrentar los obstáculos y el rechazo de la sociedad, de familia y conocidos; reponerse a esa adversidad es necesario para que el andar y la expresión sean acordes con nuestro ritmo cardiaco, con nuestra propio respirar en vibración. El que comienza a caminar por el sendero de la poesía deja atrás el mundo y los seres que le recibieron y se abre a la visión de un horizonte por descubrir. Nuevos climas y maneras de amar para una misma andadura.

El que camina no sabe adónde va, pero sabe que quiere llegar a algún lugar. Intuye que en algún recodo se puede sentar a descansar, que en algún cerro puede ver el paisaje de lo que ha dejado atrás o lo que está por conocer. Nuestro afán de llegar es nostalgia del origen, pero el que camina en la poesía no busca cumplir una meta determinada, no busca llegar a un lugar como fin del viaje o alcanzar el estado de paz en el que la muerte se confunde con la tranquilidad. Caminar o escribir son acciones realizables y posibles aun cuando estamos liberados de cualquier resultado. Sin embargo, el caminante poético busca su propio paraíso energético, ese lugar de lo más propio en que se desnuda lo real.

En un lugar mágico de la vereda Las Playas, San Cristóbal.

Esto no significa que la poesía como camino se aleje de la realidad y trascienda el ámbito humano en el que la vida social se desarrolla. La poesía como camino es todo lo contrario, pues su fuego abraza la vida en el aquí y ahora, habita el punto cero del espacio y el no tiempo, hace gesto en el rostro cotidiano y humilde del que trabaja la tierra para alimentarse. Cuando se habla de la eternidad en el camino estamos arrojados en este asunto, con el vacío como posesión.

Altura y profundidad

La poesía es un camino de encuentro con la naturaleza y con la humanidad que la habita. Por ello, el caminante va saludando con amor y respeto, acariciando hojas y piedras sin el ánimo de poseerlas, respirando con calma y agitando el corazón cuando la dificultad lo exige. En efecto, el camino trazado por la poesía se atiene a la dificultad y su dimensión en espejo se manifiesta como reto de altura y profundidad. Como se trata de un reto máximo, el caminante poético busca andar con las manos libres y de la misma manera su expresión intenta la libertad.

Esta relación afectiva e íntima entre el camino poético y la libertad contrasta con un mundo en el que cada vez más se privatiza el espacio y se contabiliza el tiempo. El caminante tiene la sensación de estar invadiendo, de estar transgrediendo una frontera. Le cuestiona tener que parecer un ladrón y estar acosado por aquellos que cuidan los umbrales. Pero el caminante se escabulle con paso firme, salta o se agacha, se desplaza por las orillas, en medio del bosque. Busca alejarse de los que interrumpen y no dejan obra. En realidad, lo que se intenta privatizar es la posibilidad del caminante de habitar su espacio interior.

Algunos quisieran privatizar el camino mismo, se aferran a cadenas y letreros de “prohibido el paso”. La religión y las políticas intentan apresar al hombre, imponer caminos cercados por ilusiones, narrativas como letreros publicitarios, deslumbrar con tendencias placenteras como muros obligantes: si fuera posible comprar el paraíso, ya tendría dueño.

En el camino nos detenemos y pensamos, escuchamos la naturaleza y la vida cotidiana nos parece una ilusión. La ciudad se torna murmullo y niebla, su importancia se relativiza. Cada flor y cada hormiga comparten nuestro riesgo. El silencio se convierte en un compañero que nos ayuda a limpiar el alma y el cuerpo. Se trata de un silencio muy personal, no ausencia de ruido, sino de un lugar para la palabra respirada, un aliento interior.

El caminante poético va construyendo su interioridad paso a paso, sin pisar ni ser pisado, sabe que su altura profunda siempre está en peligro de muerte. Cada acto y cada palabra se convierten en únicos e irrepetibles, resulta esencial usar nuestra energía para dar el máximo en cada lugar del camino.

Cada paso es una experiencia auténtica.

Cada palabra es eternidad de la voz, cada signo, memoria del corazón.

¿Habrá de veras un “mañana”?
¿Hay una cosa así como el “día”?
¿Podría verla desde las montañas,
si yo fuera tan alta como ellas?

¿Tiene pies como los nenúfares
o tiene plumas como un pájaro?
¿La traen de países famosos
de los que nunca he oído?

¡Oh, que algún erudito, algún marino,
algún sabio del cielo
le diga a esta pequeña peregrina
en dónde está el lugar que llamamos “mañana”!

(Emily Dickinson)

Texto:  Luis Eduardo Cano Álvarez.
Fotografías:  Yuly Durango y Luis Eduardo Cano Álvarez

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