Históricamente la mística se ha presentado de varios modos. La llamada especulativa en la que prima la unidad de la sustancia y la introyección es una de ellas. Aquí el conocimiento es un camino hacia dios y su unidad con el todo. En otro tipo se presenta la unión con el espíritu como característica del fenómeno místico, las llamadas místicas esponsales (de extroversión) en las que el amor conduce al éxtasis de lo absoluto. Un tercer tipo es llamado las místicas de la nada del tipo budista en la que predomina la eliminación del sujeto y consecuentemente su liberación y superación. Aquí hay ecos de nihilismo y de encuentro con la divinidad a través de la nada.
Más allá del conocimiento ordinario y de sus modos de percibir, el sujeto se lanza a lo profundo de una noche del símbolo en el símbolo de la noche oscura que el alma experimenta en su contacto con lo indecible. ¿Cómo expresar la simplicidad del infinito, la sencillez de lo absoluto, la totalidad del ser?
Sociedad del nihilismo
En la actualidad el fenómeno místico ha sido liberado de los lazos de las religiones y de sus sectas y se ha popularizado de modo que constituye un modo de vida del sujeto en sociedad. Lejos de la idea de su desaparición, en un mundo enteramente domesticado por la tecnología y la racionalidad, la mística aparece cada vez más como un fenómeno espiritual en una sociedad en la que dios está muerto.
En dicho estado de la cuestión, el fenómeno místico eclosiona en su propia noche del espíritu. Su relevancia en prácticas sociales como la “nueva era” demuestra que todavía es un fenómeno de actualidad. Un caso diferente y que caracteriza la actualidad se presenta en la literatura y en la filosofía, a veces, determinada por un nihilismo que delata la ausencia de lo absoluto.
Experiencia de la ausencia
Esta mística actual de la nada en la que se denuncia la ausencia o el retiro de la presencia de lo infinito se nos expone en casos bien determinados de la actual literatura. Eliot, Celan y Cioran son casos ejemplares de dicha denuncia. En sus obras la nada de lo absoluto y el absurdo de su ausencia son como las marcas que la experiencia mística deja trasmitir. Desde la poesía y la escritura reveladora nos adentran autores como Eliot a la visión de una tierra baldía.
Si al comienzo del fenómeno místico lo característico de la experiencia era la relación con un infinito inefable que debía retorcer el lenguaje para su trasmisión, hoy la experiencia de esa ausencia nos deja un discurso de la noche en el que la luz tiembla, pero se mantiene.