
No pienso en las palabras. Letras acumuladas en los dedos y en las vértebras del lenguaje. Canciones de verano sabor a sal y arena, regresan con el otoño donde han celebrado su funeral. Sepias imágenes imantadas de recuerdos, polos negativos y polos positivos, pelean por el eje sobre el cual gira la cabeza. Medusa. Corazones de piedra latiendo en cuerpos de cristal, lava purpura que corre por las venas de los bosques encantados. Las copas de los árboles se incineran, el alma de las aves viaja en forma de humo hasta las nubes, donde resucitan en lluvia. Castigan con sus gotas a la inmisericordiosa tierra que las obliga a haber nacido.
Sin sentido. Sin coherencia. Sin significado.
La lectura de un buen libro, comienza por el punto final. De ahí, se recorre lento y pasmo, una a una las oraciones, y aunque se revele neutra la voz del leyente, son las cuerdas del escritor las que se recrean entre ideas y la infinitud de un abecedario. Existió una vez una frase, que de tanto ser repetida se cansó. Inventó entonces, una oración que la eximiera de todo, “lugar común”, mencionó y la luz de lo hecho y lo no hecho se manifestó.
Bebo café desde el cuenco de una copa de vino. En la caminata del día de mañana, recordé un par de versos que hace dos siglos olvidé. Hablan de una criatura errante, desgarbada y de pelos finos. Se rumoró en esa época, que si por casualidad cortabas una de sus uñas, te concedería cualquier deseo por imposible que fuera. Y aquí estoy, aún vivo, decidiendo si fue imaginación de la criatura o delirios míos de una madrugada de invierno.
Falso. El arte es falso. La literatura es falsa. La existencia es falsa. El universo no existe. Luces de neón centellan por la oscura habitación de paredes plastificadas. El sintetizador que cuelga del centro del tejado, toca melodías de una época pasada. Las carnes humanas, denominadas personas, bailan arrítmicamente bañadas en sudor y en extraña linfa que escurre por las esquinas de este sitio llamado hogar. Sonidos sintéticos llenan mis oídos.
Resaca de una existencia
Esperma salado resbala por mis labios. Esencia de una vida aún no resuelta. Sabor del pecado blanco se impregna en mis dientes. Suelto blasfemias aún no inventadas, pero castigadas ya por el dogma. El verde de tus cabellos enreda mis ojos, acuno tus piernas entre las curvas de mis pestañas. Éxtasis amorfo que surge cada mañana, entre la muerte del sol y el nacimiento de la luna. Justo en ese instante, existimos.
Punto final
Último recurso
Escritura automática

Leodan Morales (México 1990). Ha sido publicado en la Revista de la Universidad de México, la antología “Diversidad(es) Minificciones Alternas”, el festival “Diversidad Somos”, la Universidad Iberoamericana, Editorial Ariadna, el fanzine “Juguemos a ser Hombres”, la revista “De la tripa”, el fanzine “La Maricada”, La gata ediciones, la revista “Contrapeso Teatro”, la editorial Librerio, la revista “Tinta al Margen”, la Revista “Zompantle”, la “Editorial Avatares”, el fanzine “La Nación Alien” y Acuarela Humanística de la UAEM.
PubliKaciones Literarias
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