
Sinopsis de la obra
La Serpiente y el Manzano es un divertimento literario que reúne en una misma obra a los cuatro géneros principales de la literatura: la novela, el ensayo, el cuento y la poesía. Este fragmento corresponde a un sueño que tiene el protagonista, el cual mira cadáveres pasar tras de una tormenta en el río Nilo.
LA SERPIENTE Y EL MANZANO
(Fragmento lxviii)
Tuve un sueño que me prendió de turbación y asombro. Habrá quien podrá descifrarlo, mas nunca confesará su cifra. He aquí mi sueño: estaba yo sentado en la casa de mi padre, a la vera de un río que baña las orillas. Oscuros nubarrones de lluvia se acumularon en un horizonte lejano, tras de montañas difuminadas, donde descorrieron su cortina de tempestades. Aunque la lluvia acaeció a gran distancia, el agua escurrió de montes y cañadas y alimentó al gran río que cruza la casa de mi padre. Sus aguas azules se revolvieron con médanos de arena traídos de lejos. El agua se hizo café y chasquidos de olas se golpeaban en su paso veloz. El cauce arrastraba árboles y basura. Mi padre me tocó un hombro y dijo “Mira” y señaló un lugar en la corriente, donde un cadáver flotaba bocabajo, sus dedos crispados se asomaban por sobre las manos hundidas y sus cabellos largos hacían ondas en las crestas de las olas. Por la fuerza de la corriente la visión de ese cadáver fue fugaz. La lluvia terminó y el caudal amainó su furia. Aunque aún no recuperaba su lento paso, bajé a la orilla, me desnudé y entré en el agua. Mis pies jugaban con la arena del fondo hasta que dieron con un bulto enterrado. Con el pie lo removí y pronto subió a la superficie. Era otro cadáver, envuelto en un lienzo rojo. La corriente ya no lo arrastró con prisa y pude ver su rostro momificado, mejillas secas, boca entreabierta, dientes amarillos, ojos vacíos y escaso cabello que hacía ondas en el agua. Tomé una de sus manos carcomidas, la siniestra, y mordí su dedo anular que se deshizo en mi boca. Arrastré el cadáver a la orilla. Allí lo tendí y sobre su vientre me senté a seguir mirando. No pasó mucho tiempo cuando la corriente trajo consigo otros dos cadáveres que flotaban ligeros como barcas de juncos, eran una madre y su hija adolescente, ambas desnudas. Sus cuerpos embalsamados, en lugar de venir bocarriba o bocabajo, flotaban sobre un costado, el que miraba hacia mí, y sus ojos huecos, al pasar frente a la orilla, se detuvieron en los míos y ambas quedaron como pausadas, atoradas en el agua un instante. La caballera blanca de la madre, los cabellos rubios de la hija, se movían como serpientes vivas haciendo ondas en el agua. Desperté, con la certidumbre de que la lluvia había alcanzado un depósito de cadáveres antiguos cuyos aromas ya no eran puros y cuyas osadías conmigo serían cada vez mayores.

Juan de Dios Maya Avila (México, 1980). Escritor. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Ganó el Concurso Internacional de Cuento, Mito y Leyenda Andrés Henestrosa 2012 y el Concurso Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés 2019. Ha publicado los libros La venganza de los aztecas (mitos y profecías) (traducido parcialmente por la Texas A&M International), Soboma y Gonorra (Resistencia, 2018)y El Jorobado de Tepotzotlán (Literatelia, 2020). Su obra ha sido traducida al inglés, esloveno y otomí.
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