
ARTHUR RIMBAUD
“Mirad:
¡ahí está el miserable
que arruinó a Verlaine!”,
decían los admirados.
Él, dios iluminado por
el fuego verde de la absenta
no hacía caso;
declaró que era mayor de edad
para frecuentar el antiguo
Museo Británico,
escribiendo así sobre su vida,
que no era otra cosa
que Una temporada en el infierno.
Otras veces solía rasguear
las líricas cuerdas lánguidas
de la maldita poesía
en bares y clubes nocturnos,
para granjearse un cuenco de leche,
sobre el que eyaculaba,
socarronamente fresco.
El miserable, el paria, el poeta maldito;
la bala podrida que partía en dos la flecha;
como decían las malas lenguas,
se enterraba a su pulcro lecho
con las botas embarradas de la poesía de mierda.
El pequeño crápula,
el gran mierda del mundo,
el ángel rubicundo y ojiverde
que terminó de comerciante
de cueros de culebra
en un país tropical;
el desgraciado que alimentó
una nota chismográfica
en la gran suciedad parisiense;
el ángel maldito que olvidó
un paquete conteniendo su primer libro,
en una estación ferroviaria
hacia el infierno;
L’enfant terrible,
poderoso
y otra vez maldito,
¡tres veces maldito!,
que hundió en otro infierno a Verlaine,
el gran poeta culo abierto,
y a toda la sociedad,
a la que trajo abajo,
a la que se tumbó
con todo y zapatillas de lujo, al abismo.
El poeta prematuro,
la espada entre la lengua
y la sangre bestial, carcomida,
como por los ríos universales de tinta,
la de la poesía maldita.
Nació, Rimbaud,
para espantar al diablo
en una sucia taberna,
a oscuras.
DELIRIUM TREMENS
Una sola copa es suficiente
para embarcarte al mismo infierno
delirante,
una sola copa de vino mandaba
al viaje infernal a Edgar Allan Poe.
No regresaba sino en andrajos
y los espumarajos arrojados por su boca
lo hacían ascender a las nubes
de su desgracia.
Es el caso de algunas pocas mentes
roídas por el infierno de la absenta,
el ron barato, cañazo, entre otras
mierdas alcohólicas.
¡Ah!,
pero con qué delicia resbala,
gaznate adentro,
el primer trago
y no hay cuándo termine
esa fiesta de Baco insomne
en las cloacas de la ciudad,
donde bellos ardientes
reptan por el satanismo
del alcohol y la lujuria.
Y luego empieza la función demente,
la función desinhibida;
la conciencia piafa,
el espíritu baila,
en un fugaz aleteo con el viento.
Ya no eres tú,
eres el esclavo del vicio.
Latigueado por tu instinto
de encontrar un solo trago,
te deslizas al poder de la autopista,
donde cuchillos y revólveres infrahumanos
se hunden en tu rostro.
Hundido en calamidades desnudas,
destrozado,
en harapos,
abusado por conciencias diabólicas,
vives para ese demonio
que te envuelve,
te arrastra y levanta
hasta podrirte
en la misma mierda de siempre.
Eres tu mismo lobo
tragándose su sierpe borracha.
Se llega a ese esputo,
una vez que cruzas
la línea del miedo
ya no hay diferencia
entre lo macabro y el paraíso.
Te miras al espejo,
no te queda más
que arrancarte los cabellos
y revolcarte en espasmos delirantes
de locura alcohólica.
Levantarte,
arrastrarte hasta un frasco de agua bendita;
podrías beber únicamente del paraíso
o podrías continuar así,
arrastrado,
demente,
loco,
suicida,
hasta que el ángel caído te levante,
jamás la conciencia,
te levantará el ángel caído la cola
y te reventará el espiráculo;
cagado,
reventado,
abusado,
te regodeas en espasmos de mierda,
siempre eres
la misma mierda alcohólica
tragándose su propia caga
humeante.
La maldita suciedad
que no persigue tus pasos,
¡ése, ése es tu ciego paraíso!
¡El que tenga gañote para beber,
que alucine!
PROFESIÓN, POETA
Soy la bala podrida
que parte en dos la flecha,
el balido negro del rebaño,
el señor enjuto y quijotesco
arando sobre el mar
rutas jamás holladas
por el ruego insensato
de las ovejas del sueño.
Acodado a mi farolera literatosa,
trato de lector cósmico,
de secretor glíglico,
de agitador cultural,
al que le propinan
una buena patada en el trasero.
Cuando menos,
me despierto tres veces
antes de enterrar el pico en el día;
danzo al amanecer,
pegado a los trinos;
pienso, no desisto,
como Zaratustra,
unas diez veces,
para estar vivo
y así perpetuarme
en el juego inminente
de la invención a destajo.
Ante las luces que despiertan,
sé de una luz al final del camino;
una luz resplandeciendo
en la inmortalidad del silencio.
EL VELO DE LAS LÁGRIMAS
“El velo de las lágrimas”
César Moro; Poemas [1924-1938]
Comprenderé una estación lunar,
que se aduerme en presencia infinita.
Dormido por espacio de sólo un parpadeo.
Aquellos duendes anteponían su presencia.
Dormido y con la reseca de prescindir
de la anotación, del verso en duermevela.
Cuando la muerte frisa ropajes de angustia,
cuando la muerte vale por un hombre en ruinas;
cuando la oscuridad estalla,
cuando el velo de las lágrimas es un romance imperturbable, inextinguible, cierto;
cuando la lluvia lava la tierra,
y las ratas no están para darles migajas de maíz.
El corazón es cierto,
el llano es la mentira mejor equilibrada
ante este refugio para el sueño improbable.
Ya no hay gritos,
ya no lían eslabones en la esquina;
la mano que contiene, débil, todas las montañas,
se acerca y asesta adorar una quijada aún viva;
la boca tiembla, pegada a la otra boca;
el pie descorre el velo de las lágrimas,
y los amantes detienen todo.
De: El fuego inextinguible (inédito)
Jack Farfán Cedrón (Perú, 1973). Ha publicado Pasajero irreal (2005), Gravitación del amor (2010), El Cristo enamorado (2011) y Las consecuencias del infierno (2013). Editor de Kcreatinn Creación y más & Plaquette El Cabuyal, revistas literarias. Otros textos suyos en: Letralia (Venezuela); Periódico de poesía (UNAM), Destiempos, Campos de Plumas (México); Revista de Letras (España); El Hablador, Fórnix, Sol Negro (Perú); Resonancias (Francia); Libros&Letras y Bogotá Ilustrada (Colombia).

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