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Ana Enriqueta Terán: Deseo y trascendencia.

Por Yuly Durango y Luis Eduardo Cano.

Ana Enriqueta Terán Madrid (Valera, 1918 – Valencia, 2017). Poeta, escritora y diplomática venezolana. Ana Enriqueta nació el 4 de mayo de 1918 en la hacienda Santa Helena en una noche de tormenta, pueblo Valera, estado Trujillo. Creció escuchando las aguas del Motatán y el Momboy correr a su alrededor. Su familia mantenía la tradición de sembrar y asignar un árbol a cada nuevo integrante de la familia. Así, celebrando su nacimiento sembraron un samán en el patio de la hacienda. Este samán se convertiría en su diario confidente y en el símbolo de su identidad, la luz tropical de estas tierras americanas.

En su familia se respiraban las letras en cada rincón de la casona. Su madre, Rosa Madrid Terán, fue la maestra de sus hijos. Ana Enriqueta era la segunda hija del matrimonio, y junto a sus dos hermanos asistía a las lecturas que hacía su madre de los poetas clásicos españoles, Lope de Vega, Luis de Góngora, Juan de la Cruz. Rosa Madrid también les leía en voz alta El Quijote de la Mancha, aunque estos pequeños no comprendieran, tenía el objetivo de educar su oído estético.  De esta formación en casa hereda la influencia de escribir de forma clásica, su mundo y ritmo poético nace con el soneto, ésta será su forma poética predilecta y donde encontrará su ritmo interior. En su poesía encontramos un desfile de biodiversidad, reinos minerales y vegetales, ascenso de altas aguas, riqueza húmeda y luz tropical de esta América profunda, testimonio de la identidad y mestizaje de estas tierras.

Ana Enriqueta Terán inicia su escritura poética a los trece años. Conocerá al también poeta, Andrés Eloy Blanco, que le suscita una fuerza descomunal con su forma única de recitar. Éste le recomendará lecturas con su madre.

Carrera diplomática

Entre 1946 y 1952 ejerció la carrera diplomática en Uruguay y Argentina. En ambos países se desempeñó como agregada cultural de la Embajada de Venezuela. Durante su estadía en Montevideo publicó su primer libro, Al norte de la sangre (1946), donde explora el cuerpo como pasión y mística. En 1949 publicó Presencia terrena y Verdor secreto, este último prologado por la poeta uruguaya, Juana de Ibarbourou que conoció en Montevideo, al respecto escribió: “Su voz se alza con el coraje y la gravedad de las revelaciones”.

 En la poesía de Ana Enriqueta Terán, asistimos a la exaltación de un lenguaje ritual, palabra que se hace relámpago, noche de los verbos que nos hermana con el eco de un decir oscuro y enigmático.

Vanguardias y surrealismo

Después de renunciar a su carrera diplomática, debido a diferencias ideológicas con el gobierno de turno, residirá algunos años en Europa. En París estuvo viviendo en los años 50´. Allí, inmersa en un ambiente cultural de vanguardia empezó a experimentar el verso libre, forjó amistad con intelectuales de su tiempo y profundizó en la lectura de la poesía francesa, sobre todo de Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud. Este ambiente caló en el fondo de la poética de Ana Enriqueta Terán, quien cultivó su escritura desarrollando una teoría poética y estética de la palabra.

De regreso a Venezuela, contrae matrimonio con el ingeniero José María Beotegui. Junto a su esposo, se mudará constantemente de residencia.  Recorrerá diferentes estados, entre ellos Puerto Cabello y Falcón, lugares que le proveerán nuevas imágenes y dotarán su poesía de profundos paisajes andinos.

Premios y reconocimientos

En 1989 le es concedido el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Carabobo y el Premio Nacional de literatura que la consagran como un referente en la literatura venezolana.

De su poesía, declara Juana de Ibarbourou: “Poesía de soledad, del tiempo, de los elementos y la trepidación interior; poesía que va de la fragancia de la infancia, del aroma de las rosas y el jardín, de la flor lejana en el aire leve, hasta las herméticas habitaciones de Dios”.

Deseo y trascendencia

Nombrar poéticamente es asunto de sagradas manos que acarician el paisaje del mundo con la sutil magia que lo transforma en evidencia de nuestra propia sangre nutritiva. El nombre es magia, capa sutil de la palabra que se apoya en realidades de sueño. La poesía en Ana Enriqueta Terán asume el encantamiento posible, la realidad del espejo naturaleza y el cuerpo como lugar del conocimiento.

Esta búsqueda de raíz para nombrar sigue en su libro Al norte de la sangre (1946), donde explora el cuerpo como pasión y mística, poema “Sonetos del amor perenne y del Amor Fugitivo”:

 Aquella lumbre que necesitaba
 y que en mi propia sangre relucía,
 en este día la he sabido mía
 cuando mi sangre ya no la esperaba. 

Erotismo del paisaje corporal y conciencia onírica en un cuerpo naturaleza, venas que desembocan en un mar secreto, árboles que crecen altos, enraizados en el sagrado vientre de la quimera. Geografías de un paisaje que se hace encuentro de mundos, encuentro de cuerpos. La riqueza del lenguaje obtiene aquí su brillo de las algas y las bestias que figuran en bosques cuya cercanía nos hace cómplices del misterio tremendo de los días y las noches.

Cada poema de Ana Enriqueta Terán es un templo poético, una lección de escritura secreta, una guía a los mundos que el corazón dibuja en las páginas de la imaginación. Entramos en ese templo que es el poema con humildad y asombro, “A un árbol”:

 
 ¡Oh! savias transitorias,
 alondras ascendentes del nocturno
 fuego de las memorias,
 piélago taciturno
 busca en tus altas médulas su turno.
  
 Es el rostro más hondo
 el que suspira en tu verdor secreto,
 bosque a bosque respondo
 en el lenguaje escueto
 que ignora el alba gris de tu esqueleto. 

En el templo del poema no percibimos la naturaleza, Ana Enriqueta Terán nos invita a reverenciarla, reúne en sus imágenes a la piedra que habla desde nuestro profundo origen mineral, sobre esa piedra funda su religión poética. La religión expresada en sus poemas intenta religar cuerpo y naturaleza en el ámbito infinito de lo bello. Reunir deseo y luz, noche y sentidos que transgreden su propio límite.

Los flujos tropicales emergen del cuerpo, geografía de metáforas e imágenes que nombran la sangre secreta de los ríos, la herida del ala que se reconcilia con la presencia de la música, la íntima materialidad que yace dormida en el espejo despierta una fauna de fuerzas que invaden el espacio encantado del poema “Al río Momboy”:

 En vitales rumores te sostienes
 conocedor de savias y riberas
 pero con arduos climas y praderas
 de sinsabor cercándote las sienes.
  
 Inaccesible por el sueño vienes,
 en las vigilias alzo marineras
 visiones y simientes pasajeras
 de amor en donde apenas te detienes. 

Creación terrestre de un vientre verde, verbos y sustantivos afectados por la sed de lo sagrado. Con la poesía de Ana Enriqueta Terán nos preguntamos por el acto mismo de creación, acto determinado por el conocimiento del cuerpo, es decir, por el cuerpo como posibilidad del conocimiento propio y del otro, erotismo cargado de presencias que se desnudan al contacto acariciante de la palabra.

Sacerdotisa de la lengua y libertadora del mito cuerpo, luminosa y oscura, de poema en poema encontramos esa presencia verde que nos contacta con la realidad superior del encantamiento. Mística y bebedora del néctar del mito, Ana Enriqueta Terán nos enseña a trasgredir lo que percibimos en la cotidianidad y a renovarlo con el poder de la palabra. Con su voz ardiente entramos iluminados al flujo de la eternidad. Profecías del trópico anímico, de los materiales que pesadamente se elevan impulsados por el corazón, sus poemas captan la imagen del bosque vaporoso que nos llama desde el fondo de los ojos, espejos marítimos en una gran casa de voces, poemas a la espera de ser rostros, éxodos y extraños colores para afirmar nuestra hermandad continental. Espíritu de la tierra, tierra germinal americana, casa de múltiples versos, fuegos que muerden la mano y abren los ojos, conciencia y sabor de pertenencia.

 
 No basta hablar del fuego para tener su boca;
 hay que escuchar el río, la raíz, la simiente,
 el crepitar del árbol en la verde penumbra:
 hay que saber del ancho pulmón de lo terrestre. 

Y nuestra pertenencia común es un cuerpo de tierra animado por especies salvajes, por reptiles nocturnos y árboles de iniciación. Ana Enriqueta Terán cuenta hasta cien y permanece en el poema.

Obra poética de Ana Enriqueta Terán Madrid:

1938: Décimas andinas

1946: Al norte de la sangre

1949: Presencia terrena

1949: Verdor secreto

1970: De bosque a bosque

1975: El libro de los oficios

1980-1987: Libro de Jajó

1985: Música con pie de salmo

1991: Casa de hablas

1992: Albatros

2005: Antología poética

2006: Construcciones sobre basamentos de niebla

2014: Piedra de habla

Selección poética

 El nombre
  
 Como quien escribe una oración y pide en la oración mucha 
 humildad
 y un extenso aliento para resistir el brillo y cercanía de la
 palabra.
 Es mi oficio y la frase resulta de arena negra con pespuntes de 
 oro.
 Y pide en la oración mucha obediencia y la aceptación del
 nombre.
 No la firma, sino el nombre completo en los calveros de
 poema:
                                                                        Ana Terán.
                                                           Ana Terán Madrid.
                                                       Ana Enriqueta Terán.
 Me gusta este nombre. Esta soledad y raro artificio que se
 desprende
 de mí hacia la profecía. Que es yo misma recorriendo las
 islas,
 el espacio comprendido entre mi desamparo y las escamas,
 anillos
                                                       y mordeduras del clima.

  
 LIBRO DE LOS OFICIOS. POEMAS 1967. C ARACAS: MONTE Á VILA,1975. 
 
  Oda VI
  
 La soledad me envía mensajeros de llanto,
 los recibo en los mares nocturnos de mi pecho,
 en los hombros del agua que crece hasta mis sienes
 y en el oscuro limo de la entraña y del beso.
  
 Camino con las olas y con el árbol dado
 a la corteza muda que me hiere y me enciende,
 camino con la tierra y un entreabierto goce
 me lastima y conduce más desnuda la frente.
  
 Alguien me dijo algo de bestias taciturnas,
 de mares y tinieblas que azotaban mi rostro,
 escuchaba su voz y buscaba su cuerpo
 por altos corredores sin llegar a su lodo.
  
 Existo. Me detengo para escuchar mi muerte
 que viene por mi sangre como un hondo latido
 mi muerte tiene en mí, cantos de mansedumbre
 y secretas constancias del amor y el olvido.
  
 Existo por mi muerte, para mi muerte y amo
 libremente mi vida, libremente mi muerte
 con su silencio en alas de ardientes mariposas
 escucho, me detengo en sus frágiles sienes.
  
 Y recuerdo la mar, siempre la mar echada
 a la orilla de un árbol limpio como la vida;
 el sueño con mesetas minerales y espumas
 de soledad, la mar a ciegas por la orilla.
  
 Puedo decir: “las rosas” y decir “estas rosas
 son de umbrales nocturnos de secretas fogatas
 abiertos en los llanos, o son rosas marinas
 de sentidos azules, sin rumbos ni distancias”.
  
 Yo escuchaba las rosas porque si desde el sueño
 descontando matices y savias verdaderas,
 el olvido me daba con su primer recuerdo,
 memorias en la gracia de la sal y la tierra.
  
 Que la ciudad entera viene de lo salobre
 lo digo, por mis sienes y por mi voz primera.
  
 PRESENCIA TERRENA. MONTEVIDEO: ALFAR , 1949.2 
 
 
Soneto del deseo más alto
  
 Necesito un anillo delirante
 para la oculta sombra de mi mano,
 un archivo de mar para el verano
 y documentos de agua suplicante.
  
 Para mi mano un riguroso guante
 de piel de tiempo y pensamiento vano
 y la mesa de juego donde gano
 contra la muerte mi color menguante.
  
 Una sortija de algas con países
 y lenguas diferentes, con nocturnos
 bisontes y cuadernos vegetales;
  
 para mi mano los rebaños grises,
 las edades de tactos taciturnos
 y el pulso de los secos minerales.
  
 DE BOSQUE A BOSQUE. C ARACAS: EDITORIAL ARTE, 1970 
 
 Personas y ropas claras
  
 Se distingue entre todas. Casa del alma.
 Casa bermeja revolando en lo oscuro, lanzando retos
 sopesando odios: la rabia grande y burladeros de la dicha.
 Casa de pasos resguardada por alientos del Sur. Ama el Sur.
 Escoge trapos de lustre para inicio y doblaje de nuevos usos,
 nuevas hablas acodadas en ventanales de bruma. Casa de hablas.
 Casa con latigazos de monte en piso y risas
 como puntos de eternidad entre personas y ropas claras.
 Casa y plantaje de dureza. Último modo para lo permanente y exacto.
  
  
 LIBRO EN CIFRA NUEVA PARA ALABANZA Y CONFESIÓN DE ISLA. 1967-1975.
 EN C ASA DE HABLAS. OBRA POÉTICA 1946-1989.
 CARACAS: MONTE ÁVILA EDITORES, 1991. 
 Modo de irse
  
 Interrumpa la flor, deje su luz (la de la flor) en lo afilado del verbo;
 no sucumba a las nuevas dichas, abrace tan solo el árbol.
 Aprenda del follaje modo de irse, seguir ondas,
 escalones, pisos de aves.
 Instruya sus labios con frutas oscuras; úntelos de tinieblas.
 Escoja de cada nube lo que perece y se ciñe al viento
 y cubre días, pasos, sonoridades anteriores.
  
 LIBRO DE J A JÓ, 1980-1987.
 EN CASA DE HABLAS. OBRA POÉTICA 1946-1989.
 CARACAS: MONTE Á VILA EDITORES, 1991.
   
 
 Ensimismada lucidez
  
 Borra símbolos para hallar centro de luz en presencia fija.
 Intuye presencia y nunca tanto caracol asfixiado en espirales
 de nada,
 ideando modos, gesto o palabra, para ver, solamente ver...
 Nunca tanto implorar por tactos que tropiecen en algo,
 alguna señal de textura ardida
                                           para ver, solamente ver.
  
  
 CONSTRUCCIONES SOBRE BASAMENTOS DE NIEBLA.
 CARACAS: MONTE Á VILA, 2006. 
 
 Soneto cincuenta
  
 Definitivamente estoy despierta
 en un claro de patria donde abrazo
 mis dos casas terribles y rechazo
 planchada luz de página desierta.
  
 Digo y lo dicho me asegura el paso
 que atraviesa la rosa y la convierta
 de creatura perenne y entreabierta
 en ave fija de enlutado trazo;
  
 digo como una planta que obedece
 en sueños y enseguida restablece
 bestia tupida, sorda, desligada,
  
 inútilmente libre, enmarañada.
 Sobre lo escrito, girasol o nada.
 Sin embargo, lo escrito permanece.


 Autobiografía en tercetos trabados con apoyos y descansos en Don Luis De Góngora.
 Caracas: Fundación Editorial El Perro y La Rana, 2007. 
 La poetisa cuenta hasta cien y se retira
  
 La poetisa recoge hierba de entretiempo,
 pan viejo, ceniza especial de cuchillo;
 hierbas para el suceso y las iniciaciones.
 Le gusta acaso la herencia que asumen los fuertes,
 el grupo estudioso, libre de mano y cerrado de corazón.
 Quién, él o ella, juramentados, destinados al futuro.
 Hijos de perra clamando tan dulcemente por el verbo,
 implorando cómo llegar a la santa a su lenguaje de neblina.
 Anoche hubo piedras en la espalda de una nación,
 carbón mucho frotado en mejillas de aldea lejana.
 Pero después dieron las gracias, juntaron, desmintieron,
 retiraron junio y julio para el hambre. Que hubiese hambre.
 La niña buena cuenta hasta cien y se retira.
 La niña mala cuenta hasta cien y se retira.
 La poetisa cuenta hasta cien y se retira.

  
 Libro de los oficios. Poemas 1967.
 Caracas: Monte Ávila, 1975. 
 Reivindicación de la sal en la mujer de Lot
  
 Ella soy yo y me sustenta el hecho
 de haber sido columna y fuego escrito
 en páginas de niebla y manuscrito
 harto de sombra en trazo contrahecho.
  
 Muletas para oír decir estrecho
 y maneras dispuestas para el mito;
 cómo realzar lo simple y hacer trecho
 entre labiajes de placer descrito.
  
 Entonces por la abeja: miel, fragancia
 por el árbol, su cresta libre y suelta:
 por la piedra su altor de profecía.
  
 Y más allá, en aras de la infancia
 mujer vieja se yergue y se da vuelta
 para hacer de la sal estatua y guía.
  
 Extravagancias lúdicas. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 2016. 


		

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