Alejandro Jiménez Correa

SOCOLOR


En esas épocas todo se podía, aires de libertad se respiraban, todos estaban conociendo el mundo. Era 1971 y El Mono tenía 18 años. Un espíritu libre por excelencia. Se mantenía siempre con sus amigos en el parque del barrio tomando cerveza y hablando banalidades mientras veían los días, los carros, y las mujeres pasar.
Un día, el cumpleaños de Elena, una de las novias de los del grupo de amigos de El Mono, se formó una trifulca increíble. Los implicados: Guillermo, el mejor amigo de El Mono, y Arley, el novio de la mejor amiga de Elena. Resulta que Guillermo le dijo cosas subidas de tono a Guadalupe, la mejor amiga de Elena, y fue escuchado por un cristiano cualquiera que resultó ser el mejor amigo de Arley, un tipo al que ninguno de los del combo de El Mono conocía. El fulano aventó a Guillermo, y Arley lo encaró con un puñal. Rodrigo, un negro corpulento del grupo de El Mono, apercolló a Arley por la espalda y todo se volvió un tornado.
En medio de la confusión, El Mono le hizo una seña a su grupo para que se reencontraran afuera de la casa de Elena, lograron reunirse y acordaron salir de la ciudad todo el fin de semana, porque la situación estaba más bien delicada.
A las 7 de la mañana del día siguiente, salieron hacia el Norte, en ferrocarril, buscando escampadero. Para obtener los boletos, lo que hacían era esperar a que alguna persona entrara previamente a los baños del vagón y pedían los boletos inmediatamente, alegando un retraso en el horario.
Nunca fueron descubiertos por eso.
El tren debía atravesar una cadena montañosa para dejar atrás un clima frio y adentrarse en una zona calurosa. A donde iban había grandes lagos y ríos para bañarse todo el día, tenían sus tiendas de acampar y fiambres para todo el fin de semana. Todo estaba resuelto.
Pasando el último túnel, faltando pocos minutos para llegar al pueblo, El Mono sintió un ligero dolor de estómago y se fue al baño para solucionar su percance. Estuvo un buen rato, tomándoselo con calma, hasta que golpearon la puerta del baño…
Sintió que Arley y sus secuaces venían por él y que, si no reaccionaba, lo iban a matar.
A lo único que le atinó El Mono fue a botarse por la ventana, los rieles lo recibieron con un fuerte testarazo.
Quien golpeaba la puerta para entrar, al no obtener respuesta alguna, la forzó, y una vez adentro, vio por una pequeña ventana, a lo lejos y cada vez más lejos, lo que parecía ser el cadáver de una persona. Corrió a avisarle al conductor para que pararan el tren y los amigos de El Mono se percataron que él había entrado hacía rato ya al baño, pero que nunca había salido. Se dirigieron en manada a ver qué había sucedido y efectivamente no encontraron a nadie, entonces se fueron donde el conductor.
Con el ya tren detenido, encontraron a El Mono tirado, medio inconsciente, con un fuerte golpe en la frente. Echaba mucha sangre. Lo llevaron a la inspección del pueblo y con el médico, que le dijo que fuera a hacerse unos exámenes a la ciudad para descartar alguna secuela, y de paso le recomendó una cita con un profesional en salud mental.
Con un buen susto vivido y una venda en toda la cabeza, El Mono tuvo que devolverse con sus amigos ese mismo día. Esperaron el tren de las 4 de la tarde y esta vez sí les tocó pagar los boletos completicos.
Esa historia le sirvió a El Mono para que, meses después, no se lo llevaran a la selva, con el ejército, a coger un arma:
El muy suertudo, el 2 de agosto de 1971, relató este mismo testimonio para salvarse del servicio militar obligatorio, alegando que tenía delirio de persecución y que sería muy peligroso para sus compañeros un episodio de esos teniendo tremendos fusiles en sus manos.

UNA HUELLA HUMANA EN EL PROYECTO MÁS AMBICIOSO DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD


NOSOTROS


Sus hábitos habían cambiado por completo. Él empezó a aparecer con sus brazos llenos de signos como de una lengua milenaria ya olvidada con el pasar de los años. Su cuerpo físico estaba aquí con nosotros, o eso pensábamos con escepticismo, ¡pero ah… su espíritu!, quién en qué plano lo habían olvidado. Estábamos seguros que cuando nos dejaba de ver, se iba a tener experiencias que no se podían percibir con nuestros limitados sentidos terrenales. Él no hablaba de eso, pero su cuerpo sí. Parecía como si algo mágico lo hubiese tocado, como si un ente del más allá lo hubiese llamado para reunirse con él. Sea lo que fuera, nos lo imaginábamos tendido en su cama por las noches, con el cuerpo inmóvil, paseando su cuerpo astral más allá de los confines de este plano, de tour por quién sabe dónde.
Luego de un fin de semana cualquiera, él regresó de su aventura renovado, místico y con actitudes chamánicas. Estaba hecho un profeta. Progresivamente iba perdiendo interés por los asuntos terrenales; el dinero, las mujeres, el trabajo, el sexo, el fútbol. No hablaba casi con nadie, se le veía siempre con unas grandes líneas negras debajo de los ojos y fue perdiendo el peso de manera paulatina.
Muchos pensamos que le había vendido su alma al diablo o que le habían hecho un rezo o un amarre. Lo cierto es que cada vez lo veíamos con un aspecto más cadavérico, paliducho y apenas se comunicaba. Después de un lunes de abril lo dejamos de ver para siempre.


ÉL


Caí de manera fulminante, como si me hubiesen pegado un disparo certero a quemarropa. No recuerdo con exactitud qué día fue. Noches atrás había estado soñando con una señora que tenía un aire misterioso. Era extrañamente hermosa a pesar de que estaba bien entrada en su vejez, pero tenía el cuerpo de una mujer de 20 años. Entre juegos y juegos hizo que me acostara con ella en un sueño de esos, y luego de terminar, me asomé a la ventana y vi un tipo que parecía como su guardaespaldas, con un aire así como a agente secreto. En el momento ignoré todo pensamiento supersticioso y me despedí de ella en el sueño. Al despertar, seguí mi vida común y corriente, pero con su recuerdo presente.
Lo único que recuerdo en el momento en que ella me seleccionó, era que estaba en el tercer piso de mi casa buscando unas sábanas para unos amigos que venían a dormir aquí. Fue cuestión de abrir el armario, y tratar de agarrar una cobija, cuando sentí que las luces se me fueron y aparecí dándole la mano a esa señora con la que había soñado días atrás. Desperté en un lugar que no podría describir porque me tildarían de loco. En resumidas cuentas, era algo que jamás había visto en mi vida.
De la mano de ella recorrí una serie de hechos históricos; asistí a la construcción de una antigua ciudad que se les escapó a los historiadores encontrar, vi desde una de las cruces del lado cómo Jesús era crucificado, acompañé a los aborígenes americanos a construir su identidad y pude conocer el límite de toda existencia y la vida misma que quedaba donde el Big-Bang todavía seguía expandiéndose.
Luego de mostrarme todas esas maravillas, la mujer me dijo que estaba preparando las cosas en su plano para llevarme con ella; quería que le ayudara a cambiar una serie de acontecimientos históricos para poder regenerar el mundo y hacerlo un lugar donde la paz, la felicidad y la armonía fueran imperturbables.
No sé por qué me escogió específicamente a mí, pero acepté mi destino como el llamado de un ángel. Tuve la fortuna de hacer mi suerte fuera de una vida mortal y de embarcarme en la misión que cambiaría para bien la historia de la humanidad.
A la vez que iba ganando conocimiento y experiencia, iba perdiendo mi condición de ser humano.
Un día cualquiera me fui a dormir y mi realidad no volvió a ser la misma.


ELLA


Tuve que llevarlo a como diera lugar. Una noche lo encontré soñando con mi ente protector y para mí esa fue la señal de que habíamos encontrado al ser que estábamos buscando. Decidí entrar a su sueño y hacerle el amor para que le quedara el mejor recuerdo de mí. Su normalidad, tan común como cualquiera otra, era algo que necesitaba en el proyecto más ambicioso de la historia de la humanidad, porque era una cualidad que debía impregnarle a la reconstrucción de la serie de acontecimientos que íbamos a cambiar; ya que, siempre habíamos pensado en mi plano que el amor, la paz, la felicidad y la armonía eran sentimientos que no debían salirse de ese carácter normal de las cosas.
Luego de mostrarle las maravillas del mundo, y la serie de acontecimientos que debíamos reescribir, me lo traje poco a poco consumiendo su energía terrenal.
A veces los ángeles debemos tocar a los humanos para que nos ayuden poniéndole una huella imperfecta a la perfección, porque el amor y las energías astrales dadas en un cien por ciento se escapan a todo entendimiento carnal. Es algo que los sentidos humanos jamás alcanzarían a comprender.

Alejandro Jiménez Correa (Medellín, Colombia, 2000). Comunicador Social – Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana. Algunas de sus publicaciones abarcan artículos de opinión, narraciones, un ensayo y un libro de poesía titulado Rituales Rojos (2021).

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