
EL VIAJERO
Después de surcar tantos planetas, deambular en cometas errantes y explorar nebulosas fantasmas. El trotamundos Polaris se dio cuenta que ningún paisaje afrodisiaco o dantesco podía llenar el vacío que yacía en su interior.
Su raza había desaparecido en la última contracción del universo y aunque habían sembrado vida en múltiples mundos, él era un ser inmortal ante sus semejantes. Pudo presenciar la evolución del planeta Tierra y su caótica extinción hace miles de años, siempre creía que no existía mayor arrogancia que en los seres humanos.
Y así fue y con el paso de los milenios aprendió a no extrañarlos… al menos a los que nunca cruzaron caminos junto a él.
Ahora era un errante, un alma viajera que cruzaría los confines de la creación para conocer cuanto fuera posible.
Pronto su corazón dejó de latir, fuese lo que había existido en su interior, ahora era un órgano congelado por la hostilidad del espacio y sobre todo, por la falta de sentimientos en su entorno.
El cosmos estaba plagado de diversas formas de vida; gigantes criaturas de gas en los planetas menos densos, deformes seres de energía pura paseándose en gigantescas estrellas fulgurantes de radiación, enigmáticos mutantes mitad espectro y mitad roca en los fríos meteoritos vagabundos.
Casi ninguno poseía un lenguaje. Muchos solamente se comunicaban por vibraciones con ciertas frecuencias electromagnéticas, tal como el pulso de un Magnetar.
Los más evolucionados, podrían utilizar la telepatía, en un idioma lleno de cacofonías casi poéticas.
Más no existía nada para llenar su vacío.
Podría transportarse con solo desear deambular como un fantasma. Tal vez eso era, un espectro de alguna raza extraña. Casi antropomorfa, pero también con la cualidad de optar por otras formas.
Así era Polaris, un alma libre en la inmensidad.
Ajedsus Balcázar Padilla (México): Escritor mexicano de ciencia ficción, terror y fantasía. Maneja la revista de literatura fantástica «El Axioma» y ha sido publicado en varias plataformas digitales.

